De un tiempo a esta parte me viene interesando el concepto utopía y, de la mano, vengo leyendo algunas críticas muy interesantes a las distopías. Aunque probablemente mi rechazo viene influido por su hermanamiento con la Ciencia Ficción (género que detesto aún más) siempre sentí que había algo en lo político que trascendía a mi poco interés por los robots y las espadas láser. Y es que las distopías beben de la resignación, de la sensación de que no podemos cambiar las cosas, de que es más factible- diría Fredic Jameson- el fin del mundo que el del propio sistema. Parece, por otro lado, que, por parte de la izquierda tradicional, el discurso de “cuanto peor, mejor” sigue vigente en la actualidad. En un momento en el que imaginar un futuro más justo parece imposible, en el que prima el pesimismo, algunos sectores progresistas se han resignado a ir a la contra, con la ingenua esperanza de que eso, como por arte de magia, genere en la población un descontento que acabe por cambiarlo todo.
Ir a la contra significa ir siempre un paso por detrás, a merced de lo que decida un sujeto que asumimos que no vamos a mover del sillón. Creo que es el peor error que puede cometer un partido: su responsabilidad política es imaginar un futuro mejor. Aunque el presente no invite a sonreír no debemos olvidar que, si estamos trabajando por mejorar las cosas, es porque creemos verdaderamente que esa “utopía” es posible. Y eso no significa no alertar sobre los riesgos del sistema actual y denunciar sus injusticias, por supuesto que es necesario, pero en Cantabristas procuramos también construir un futuro mirando al horizonte, haciendo propuestas verosímiles y poniendo sobre la mesa los temas que verdaderamente importan, alejados del ruido y del hastío al que nos someten. Así es como nosotras entendemos la política, no hemos venido a quejarnos.
El político es malo por naturaleza, o al menos ese es el pensamiento que prima en la actualidad, donde el Estado de naturaleza es un tablero de ajedrez que se basa en la estrategia para conseguir el poder. En el auge de lo antipolítico, la distopía es una profecía autocumplida. No hay más que asumir estas premisas impuestas para que nada cambie, para que todo vaya a peor, para votar al de siempre porque nada va a cambiar, para no organizarse en la asoci de tu barrio o de tu pueblo porque nada va a cambiar, para no bajar a la mani porque nada va a cambiar.
Los jóvenes de hoy hemos vivido esta situación de manera trágica, no solamente nos han inoculado estas ideas fatalistas, sino que han venido sustituyendo a todo lo contrario: a una promesa llena de éxitos, de futuro y de estabilidad. Con toda la razón íbamos a estar decepcionadas, cómo no iba a fallar ese proyecto, si era ilusorio. Y es que cometemos un error: tendemos a pensar que ese optimismo maquillado es lo mismo que una utopía. Y no lo es, no. La utopía no consiste en un modelo rígido que deba cumplirse como una especie de destino que está escrito, consiste en confiar en que, tomando las riendas de nuestro propio futuro podemos construir aquello que sea mejor. Y de eso las jóvenes deberíamos saber mucho.
En Cantabristas tenemos la intención genuina de mejorar las cosas desde la ilusión y con la certeza de que hay muchos futuros contingentes de los que somos directamente partícipes. Futuros que tienen que ver con la posibilidad real de vivir en Cantabria de manera digna, con igualdad y respeto por todas las personas y por la tierra en la que vivimos; futuros que tienen que ver con el derecho a soñar y a vivir la vida que deseamos. Futuros que tienen que ver con algo que no se parece a lo que nos hemos resignado a aceptar. Pero para poder llegar a eso, primero tenemos que creer, y en Cantabristas ya estamos en ello.