No sé si me acuerdo bien de lo que dimos en lengua y literatura en cuarto de la ESO (o, en general, en toda la ESO), pero creo que a mis profes del instituto les gustaría saber que hace poco que a mi vida llegó “la condesa”: doña Emilia Pardo Bazán. A veces lo que estudiamos en el instituto regresa a traición a nuestra vida, y este es mi ejemplo.
Emilia en su libro La tribuna habla de la sociedad machista y clasista del siglo XIX. Amparo, la protagonista, es una trabajadora en una fábrica de tabacos, lucha por la I República y es abandonada por un militar. En esta historia de mujeres luchadoras se habla de cómo vivían las obreras de la tabacalera. Cómo olvidarme de esas vidas turbias: la cama desordenada porque no da tiempo a hacerla, salir corriendo al curro, las paredes feúcas, la cocina oscura… En fin, vidas precarias.
El libro lo devoré rápidamente, me encantó, porque me recuerda a mis conocidas de Santoña, trabajadoras de las conserveras. Laura (no diré el verdadero nombre de ninguna), una de las trabajadoras más veteranas, es fileteadora y se dedica a cortar la anchoa, le quita la espina, limpia los filetes y las enlata. Ella me contaba que todas sus compañeras están muy poco valoradas, que reciben un trato “a veces malo”. Me lo dice como con vergüenza, porque supongo que a nadie le gusta explicar que las cosas en su vida no son maravillosas.
Algo así pasa en LaTribuna. Aunque seguro que a la condesa Pardo Bazán no le molaba del todo la rebelión de las cigarreras, y que igual sentiría algo de desprecio por Amparo. Cuando mis amigas de Santoña me hablan su prudencia me recuerda a otros personajes, como La Guardiana o Carmela, que intentan convencer a Amparito de que la República no sirve para nada, que total van a venir a darles palos, que de tanto agitar el avispero van a pasar desgracias… Vamos, frases que todas hemos escuchado alguna vez, ¿no?
Pero por suerte, Laura y otras muchas trabajadoras han ido asumiendo que para evitar que “a veces tengan un trato malo”, deben unirse y luchar para reclamar lo que es suyo. Por eso han ido a la huelga y han puesto a Santoña en pie de guerra. Todas las trabajadoras de la conserva que conozco me dicen lo mismo: que se merecen más, un mejor convenio. Y me da pena que la gente que tanto aprecio me hable de “merecer” porque lo siento pero no, esto no va de merecer, esto va de tener sueldos y condiciones laborales que nos permitan vivir con dignidad. Un buen convenio no va solo de merecer, va de justicia, de que todas nuestras trabajadoras puedan tener una vida digna.
Marta envasa, entre otros muchos trabajos. Envasa las anchoas tan ricas y tan reconocidas en las mesas de media España, esas que el presidente Revilla promociona con grandes elogios a la vez que se olvida de cómo las que las hacen gracias a su labor cuidadosa y mal pagada.
¿Podemos confiar en representantes políticos que se olvidan de que los mejores productos de Cantabria se elaboran con los peores salarios de la industria alimentaria? Ya lo decía Pardo Bazán: “¡La justicia la hay de dos maneras: una a rajatabla para los pobres y otra a manga ancha, muy complaciente, para los ricos!”.
Laura y Marta, mis conserveras santoñesas favoritas, ¿se parecen a Amparo y sus compañeras? Para mí sí, por su esmero y por su trabajo pero, sobre todo, por saber que lo que hay que hacer es cuidarse y de ahí la necesidad de unirse en la lucha, para mejorar sus vidas, para mejorárnosla a todas. Yo no escribo tan bien como doña Emilia y nunca retrataré a las mujeres como ella lo
hacía en sus libros, pero para que la voz de las conserveras no se pierda en la memoria, este es mi pequeño homenaje. Este 8M nos marcáis el camino, amigas. Ánimo y suerte.