La gente sabe poco de Bolivia, siendo sinceros. Al ciudadano de a pie le suena lo de Lamento Boliviano, una canción de rock argentino de la década de los noventa, la mejor por cierto (lo digo porque nací en el 1990, no porque lo piense. Creo que los setenta y los ochenta fueron bastante más alegres y joviales, por así decirlo). Yo, que soy un tanto friki -uno de los únicos logros en la vida es que soy campeón de Trivial Pursuit entre mis amigos-, sabía que era un país muy alto; que Chile le robo la salida al mar, lo que hace que se lleven peor que entre españoles y franceses; y que el Che Guevara fue asesinado en dicho lugar en 1967, después de sus andanzas por Cuba y Congo, entre otros lugares, y antes de que su cara apareciera en millones de camisetas portadas por jóvenes que quieren enojar a sus conservadoras familias.
Pues bien, después de cuatro días por sus altas tierras, he de decir que es uno de los lugares que más me ha sorprendido. Llegar ya fue una cansada aventura en sí misma. Abandoné Cusco y el Perú lleno de picaduras, y después de levantar insultos y elogios a partes iguales tras mi crítica a Machu Picchu -cosas de ser un tocanarices-, en un autobús nocturno que me llevó a La Paz. Más de 15 horas en las que pudimos cruzar Los Andes y tomar un café mediocre mirando al mítico lago Titicaca. Toda una noche de viaje en la que un francés, o eso creía mientras maldecía lo que la falta de oxígeno me permitía, nos regaló una retahíla de sonidos, toses y carraspeos exasperantes. He debido ser muy malo en alguna vida pasada, por lo que ese mismo francés, que en realidad descubrí que era alemán, acabó en la litera de encima del hostel en el que me quedé.
Bueno, después de este viaje y unión del destino, pude descubrir la ciudad más conocida de esta nación. Y me gustó. No para vivir, desde luego. No he visto un lugar tan incómodo para el día a día por su extraña disposición geográfica (es un valle con millones de cuestas y a casi 4.000 metros, no muy lejos en altitud de algunos campos base del Himalaya, por ejemplo). Es barato y muy auténtico. No existen McDonalds, Starbucks o demás muestras de esa norteamericanización que estropea y engorda, lugares de todo el planeta. La verdad es que es una sensación de viaje en el tiempo muy reconfortante (por un período no excesivamente largo, también hay que decirlo, que luego soy el primero que preguntó si hay edulcorante y leche desnatada. Un buen aventurero de marca blanca, sí).
Su recorrido en teleférico, que ha cambiado la vida de sus habitantes, merece mucho la pena. Casi como las escaleras mecánicas de Santander. Esto es ironía, por supuesto. En este caso, los paceños no tienen que caminar cinco kilómetros con un desnivel del 35% para ir a trabajar. En la capital cántabra, salvo obvias excepciones -no seáis pejigueros-, sirve para que la chavalería, en plena borrachera, no se tropiece cuando haga la ronda de Peña Herbosa a Santa Lucía -hay unas ahí que son un atentado-. Y, ojo al dato, no he me he metido a hablar del Metro-TUS, que rivaliza con el tren-bala de Tokio a Osaka. Se ve que estoy irónico, eh.
Después de conocer la ciudad, mi último día, me decanté por una actividad que me llamase la atención -que, aunque fuese en grupo, no es un tour. Ya pasé por esa vergüenza personal en Perú-. Después de investigar un poco, tal y como estaba cantado, dada mi inconsciencia, me decanté por el descenso en bici por la “Carretera de la muerte”. ¿Qué podría salir mal?
Pues, contra todo pronóstico, salió bien y mis piezas bucales se han mantenido en la misma posición (por suerte, ya que al contrario, sería ver cómo se cumple una de mis peores pesadillas, junto a que quiten First Dates de la parrilla televisiva). Un compendio de adrenalina y paisajes espectaculares que disfruté junto a una decena de holandeses que habían coincidido viendo el partido de su selección contra Senegal. Y luego rajan del fútbol, lo más importante entre lo menos importante.
Me llamó poderosamente la atención, vaya topicazo, las pintadas que se iban viendo en el camino. Desde numerosas proclamas religiosas como Cristo te ama, Cristo viene pronto, Jesús vive, Jesús es la luz, Dios está por venir o Busca a Dios, hasta inquietantes acusaciones al antiguo presidente de Bolivia, al que señalaban con múltiples Evo Morales, pedófilo (el vocativo y la tilde son cosa de mi pedantería). Por una cosa o por otra, también aquí se mezclan estos asuntos. Perdón, pero un ateo superlativo no puede dejar pasar esta chance de tirar la pullita.
Y con esto se resumen mis curiosos e inesperados días bolivianos, en los que, además, he tomado la decisión de no volver a una habitación compartida si es posible -mi aversión a los pelos y suciedad endémica, además de a sonidos y olores selváticos, ha tocado techo-. Os escribo esto después de una noche de viaje y tomando mi tercer café del día a eso de las 7:00 de la mañana (menos mal que soy adicto a la cafeína y no a otras cosas más nocivas y caras). Con billete de vuelta a España para dentro de 17 días y desde el cuarto y último país de la aventura. Sin duda, el que más me ilusionaba y motivaba. Un traca final en la tierra de Carlos Gardel (bueno, ya se me entiende), José Luis Borges y Diego Armando Maradona. La Argentina de Buenos Aires, La Pampa y la Patagonia. Casi nada. Intentaré saber algún paso tanguero para la próxima actualización.