En la Argentina, país en el que llevo una semana y en el que me queda otra más antes de retornar a la “madre patria”, el término boludo está en absolutamente todas las conversaciones. Los ingleses nos robaron las Malvinas, boludo (en cualquier momento del día); o, tras abrir la boca, ¿de qué parte de España es tu acento, boludo? Pues bien, una definición más o menos oficial del boludear es perder el tiempo y no hacer nada provechoso, especialmente cuando se descuidan las obligaciones. Más o menos, a eso me he dedicado.
Llegué a Buenos Aires en una madrugada tras un doble vuelo nocturno desde Bolivia y me encontré un sitio especial, sin duda. Un poco como yo, esta ciudad, y el país en menor medida, está muy desubicada, pero a la vez es excitante, atractiva y emocionante. Digo como yo, por lo de no tener rumbo y por no saber dónde está pinado, no por lo otro, por desgracia. Si mi atractivo es nulo, tras cuarenta y tres días durmiendo en habitaciones compartidas, aseándome en baños campamentales y llevando una dieta a base de plátanos, galletas y yogures, pues no estoy en mi mejor momento, que digamos.
A lo que vamos, la ciudad porteña, que os interesara más que mi deleznable aspecto. Esta super urbe, con bastante fama de insegura, es tremenda. Una mezcla de España, Italia y Latinoamérica, con algunas avenidas y edificios estadounidenses, con comida y rasgos de todas partes. No es ni Europa ni América del Sur, pero a la vez tiene cosas de ambas. Un transporte público norteamericano, con pizzas romanas y con alterne madrileño. No está mal. Los bonaerenses son disfrutones, de café con dulce de leche por la mañana y de cerveza con asado a partir del mediodía. Podría ser adoptado como un Carlos Gardel de la actualidad, que casi es tan omnipresente como Diego Armando. Por desgracia, mi talento para la música, deporte o vida, en general, está muy alejado de estos genios.
Además de recorrer sus bares, calles llenas de librerías y tiendas hechas para instagram, tuve la suerte de vivir la pasión futbolera de los argentinos. En mi habitual fortuna, he venido cuando no hay liga, puñal que me llevaré en el corazón, pero por contra, toca Mundial. Y llegué con su selección jugándose la vida (literalmente). Si el primer partido, en el que unos vendedores de camellos, como decían demostrando su amplio repertorio de insultos (1-2 contra Arabia Saudí), la gente, en un día entre semana, había dejado los trabajos y los colegios por el encuentro , imaginad un sábado tarde. Y con final feliz (el partido, eh). Cánticos contra los ingleses y brasileños, odas a Diego y Messi y una buena coctelera de alcohol y drogas que un niño de cinco años detectaría. Ya que soy de integrarse en los lugares, con mi camiseta argentina comprada ex profesopara la ocasión, me uní a unas celebraciones y entoné los denuestos (insultos pero dicho de una forma que te hace parecer más listo) como si hubiese nacido en San Telmo -barrio tanguero por excelencia-.
Sobre la seguridad, cero problemas. También es cierto que no parecía un turista. Caminando por todos los barrios como si me hubiera criado ahí, vestido como un pordiosero, devolviendo la mirada escrutadora a todo el que me cruzada y me daba espina regular, pues me adapté. En los bares de Palermo, mi zona, por así decirlo, ya sabían lo que pedía como cualquier otro cliente habitual, y me hice socio de un gimnasio en donde era el único extranjero, por lo que estaba legitimado para tocar las narices con el tema fútbol, como así he hecho. Uno más, de hecho. Incluso participé en debates de bar, cosa fantástica. Aquí se discute, con la pedantería de Valdano y la labia del mejor vendedor del mundo, de múltiples temas. De política, muy bien, por cierto. Son mucho más cultos, informados y locuaces que los españoles. Me encantaría ver a alguien de Vox soltando sus trogloditadascavernarias (y en un bar sin luces rojas, fuera de su ambiente), o a un podemita exponer su irrisorio lenguaje inclusive contra un lector voraz, como el argentino medio. De palomitas y Coca Cola serían las escenas. Creo que es el lugar con mejor nivel de conversión en el que he estado. Casi nada.
Los últimos días de la aventura, los disfrutaré en Buenos Aires. Un poco de hedonismo para despedirse y volver a la realidad española. Esa realidad que, según veo por las redes sociales, ya se está llenando de adornos navideños, con la consiguiente ristra de empalagosos brindis y eventos entre gente que, realmente, no se aguanta y que muestra una vida mucho más maravillosa y fake -no sin mi anglicismo- que la triste que tenemos todos. Un poco como pasa con las aventuras, aunque sin sobredosis de azúcar en vena.
No os lo he dicho, escribo esto desde la Patagonia, un territorio tan inhóspito como bonito. Tres días en San Carlos de Bariloche, con mucha bici y deporte y poco jangueo. Me negué a humillarme y volver a contratar un tour. Así que, a pedales y caminando, conocí por libre toda la zona. Paisajes impresionantes, de esos que te hacen sentir minúsculo. Al contrario que las cervezas de aquí. Rivalizan con Cruzcampo. Necesito una Estrella Galicia o Mahou, por favor.
En mi estancia barilochense, compartí habitación con tres brazucas. Dos hermanos paulistas (de São Paulo) con afición desmedida a la bebida con mucha graduación y que se van a quedar todo diciembre bebiendo y durmiendo en nuestra querido hogar postizo, no sé el horario de dichas acciones, y con una entrañable gaucha (de Porto Alegre). Esta simpática sexuagenaria -no me acuerdo de su nombre, así que la podemos llamar Señorinha– aficionada a viajar sola, me sacó los colores. Conversando sobre los distintos caminos de cada uno, tema estrella en estas comunas hippies con wifi y lavandería, me dijo que había hecho el Camino de Santiago en dos ocasiones, y ambas desde Roncesvalles. Una de las mejores cosas que había hecho en su añeja vida, comentó. Tuve que bajar la cabeza, decir que no había podido realizarlo (mentira, fue la pereza) y prometer que en 2023 me tocaba sin falta. De un plan sale otro. Y si fallo a la promesa, pues no se va a enterar jeje.
Y de aquí, a un punto más meridional (muy al sur para los no leídos). A conocer alguna que otra maravilla, seguir compartiendo incomodidades en literas y a concluir el periplo, disfrutón por momentos, odisea en otros. Habréis notado que mi batería está más acabada que Ciudadanos, mi snobismo está saliendo a la luz. Intentaré alimentarme bien a base de los manjares locales, a pesar de que destrocen la carne con su sobrecocción. Animad a Argentina, que mi último día puede ser con un partido suyo de cuartos de final. Orgía o guerra civil, básicamente.