Perdón de antemano por el título de mi crónica, pero no se me ocurre uno que describa mejor lo sucedido la noche del 14 de noviembre de 2022 en el Estadio Nacional de Lima. Vaya por delante que el término malsonante se refiere a la acepción usada en Latinoamérica para describir algo muy bueno, y el anglicismo no es tampoco cosa mía. Aunque los uso, siempre son una parodia de mi mismo.
El señor Benito Antonio Martínez Ocasio nació hace 28 años Puerto Rico, una isla invadida -ups-, digo perteneciente -ups-… bueno, que está, de una forma rara, en Estados Unidos de un modo que no gusta a los boricuas y que, seguramente, importe poco a los norteamericanos continentales, ya que, en su gran mayoría y haciendo un ejercicio de generalización, creo que no sabrían ni situar en un mapa. Pero a lo que vamos, a la música.
Este buen cantante de nombre Benito, AKA Bad Bunny -ahí va otra muestra de mi tontería innata con otro anglicismo innecesario- no me gustaba especialmente hasta hace pocos meses. Pero a raíz de su disco “Un verano sin ti”, caí rendido, al igual que medio mundo. El conocido como Conejo Malo -los reguetoneros son únicos para los apodos, además de para los outfits- es, sin exageración, el artista más exitoso del mundo en estos momentos. No lo digo yo, esto se puede comprobar viendo las listas éxitos de plataformas digitales y entrando en wikipedia para ver las nominaciones a los premios de la industria (tampoco hay que fiarse de estos, con el dinero que se mueve en el asunto). De las listas de Spotify o Apple Music sí me fio más que de alguna cuarentona (ejem, ejem), que era influenciable, por así decirlo.
Hay que decir que no soy un friki–fan de los conciertos, he ido a varios pero no es algo por lo que viva. Tampoco tengo ese doctorado de experto musical, ya que no he tarareado deprimentes canciones de rock indie español (matadme, pero creo que este género no ayuda en los problemas de salud mental y sí a las farmacéuticas que fabrican ansiolíticos), ni he vomitado calimocho en un camping de Aranda de Duero en un Sonorama. Sí, escucho tanto Queen como J. Balvin, pasando por Alejandro Sanz. Mi playlist es una macedonia en la que voy de Carlos Gardel a Maluma. Un hereje que usa la música para divertirse y que no me creo superior a otros por escuchar una cosa u otra, salvo algún ejemplo que me genera sarpullidos (A/A: Pablo Alborán -por empalagoso- o Rosalía -por llevar la contraria y porque no entiendo lo que dice).
Pues el caso es que este puertorriqueño de gafas de sol, trenzas y colores estrambóticos me regaló el mejor concierto al que he ido en mi vida. O, al menos, el más divertido. Y repito, tampoco soy un experto -no sabía tocar la flauta en el colegio, sin ir más lejos-. Durante más de dos horas, en su enésimo “no hay entradas” (que no sold out) en Latinoamérica, el señor Benito nos otorgó un espectáculo de puro jangueo. Himnos -sí, himnos- actuales y de años pasados que entonamos como si fuera la última canción en un cierre de cotillón de Nochevieja. Además, el tío es simpático y se puso un chullo que le tiraron desde el público (típico gorro de alpaca que nos imaginamos con poncho y flauta de pan). Me incluyo como nacional del Perú ya que fui el único extranjero, o de tez lechosa y ojos claros, que vi en esa larga tarde.
Además, había cervezas a 1,50 euros al cambio. Paraíso sin igual. Acabé con una voz sabinesca después de tomarme un Moscow Mule, mientras me porté bonito, en un party lleno de chicas callaítas, que ansiaban empezar el 2023 bien cabrón. Hay que decir que Tití me preguntó. Ya cada uno que dé la respuesta que quiera.
Mención especial a los estilismos vistos. Me pasé horas observando, entre la fascinación, el miedo y la perplejidad, cantidades ingentes de brillos, purpurinas, tangas a la altura de las costillas flotantes y gafas de sol propias de la Ruta del Bakalao. Hipnotizador y cómico a partes iguales. Casi como cuando un domingo de este pasado verano, en La Magdalena, temí por mi tolerancia a la vergüenza ajena. Un festival reguetonero en Santander fue el causante. Aquello era una mezcla entre un Coachella de marca blanca, la salida de un after ibicenco y un desfile de Desigual. Cosas del modernismo, supongo. Yo digo sí a ir sin disfrazarse a estos planes lúdico-festivos. Seré un carca.
Los habrá que canten mejor, con más luces y fuegos artificiales, con letras menos explícitas y más políticamente correctas (en esto, mandaba a freír espárragos a les ofendidites), pero estoy seguro: Benito es el que mejor lo hace pasar. De eso se trata, ¿no?