Vivimos en Cantabria un fenómeno del que no está libre prácticamente ningún lugar del mundo capitalista. La falta de espacios de ocio sanos, especialmente orientados a las personas jóvenes brilla por su ausencia. En nuestra tierra, este hecho es aún más dramático si cabe, dado al bajo porcentaje de población joven en la comunidad (que conlleva el escaso peso electoral que tiene para los principales partidos y, por tanto, la nula atención que se nos presta).
Las jóvenes de Cantabria vivimos en lugares hostiles y sin espacios de recreo públicos: cada vez menos zonas verdes, muy dispersas en el territorio, pocos lugares para practicar deporte y pocas zonas cubiertas que nos ayuden a refugiarnos de la lluvia y que nos permitan seguir saliendo y disfrutando del aire libre cuando el tiempo no acompaña. Esto se acentúa especialmente en los entornos urbanos. Además, somos testigos de la desaparición de cada vez más boleras y jardines, mientras vemos cómo proliferan las terrazas y las plazas de cemento.
El resultado es un ocio orientado al consumo, y muchas veces al alcohol, donde una vez más todo el peso social y económico de la comunidad recae en la hostelería. Salir de trabajar en un bar para irse a otro bar es la manera que muchas personas tienen de pasar su tiempo en Cantabria, o lo que es igual o peor, irse a cualquiera de los centros comerciales asépticos e idénticos que podemos encontrar.
Son necesarios ejemplos como el Parque Manuel Barquín en Torrelavega, o el Impluvium de Reinosa, parques públicos y cubiertos de libre uso para todo el vecindario. Desde Cantabristas, hace ya más de dos años propusimos que se tomaran este tipo de alternativas en cuenta como inspiración para otras muchas a lo largo y ancho del territorio, pero se desoyeron nuestras ideas y se continuó por el camino de la desertización de nuestra tierra. Pero no solo es suficiente con aplicar políticas de arriba abajo, las mejores ideas y espacios para la juventud vendrán de abajo arriba, como espacios vividos y gestionados por nosotras mismas, como ya comentábamos el mes pasado en nuestro documento Hacia una Cantabria participativa.
Hay alternativas para construir barrios, pueblos y ciudades más sanos, habitables y sostenibles para la gente joven y para la población en general, pero debemos tomar partido para hacer propuestas y asegurarnos que lleguen a tierra. No podemos confiar el futuro de nuestros espacios en los mismos ayuntamientos que llevan años hipotecándolos con arreglo a una supuesta racionalidad económica, tras la que muchas veces se esconden acuerdos y negocios con grupos de presión hostelero y constructoras. Los lugares que habitamos deben acomodarse a la gente que en ellos vivimos, a nuestros valores y conciencia. Y no solo a un sector, con mayores posibilidades económicas o peso electoral, sino a toda la población, incluida la juventud.