Contaba Nel Llano que por los caminos de Cantabria un viejo de melena bermeja ofrece sus consejos a los pobres desgraciados que malgastaron su dinero, si uno de estos desdichados acude al monte a llorar sus penas tal vez tenga la fortuna de topar con el viejo Arquetu.
El Arquetu siempre da una segunda oportunidad al arruinado, después de una reprimenda saca unas onzas de oro de su arca con las que este podrá empezar de nuevo si las invierte en trabajo, pero ¡Ay del pobre si derrocha el oro del Arquetu! entonces el viejo ya no tendrá compasión y condenará al manirroto a la miseria eterna.
Durante un tiempo el viejo Arquetu no tuvo mucha tarea por nuestros pueblos, la diosa economía sonreía a Cantabria y nadie, por muy derrochón que fuera, terminaba lamentando su suerte por las camberas. Por aquel entonces, nuestra tierra era uno de los polos industriales de Europa con Campoo y el Besaya al frente, la ganadería mantenía ocupados a los habitantes de los valles y los hoteles de la capital estaban llenos de “turistas de calidad”. Tiempos de vino y rosas en los que los cántabros, no sin esfuerzo, prosperaban en su tierra.
Pero un día, sin saber nadie muy bien cómo pasó, todo se fue al traste, las industrias fueron cerrando una tras otra y los ganaderos empezaron a ver cómo su esfuerzo diario solo servía para aumentar su deuda con el banco, la diosa economía nos dio la espalda y el Arquetu de nuevo cobró protagonismo.
El Arquetu, apenado por ver cómo jóvenes y viejos tenían que emigrar de Cantabria fue a visitar al Gobierno Regional, después de afearles que no tuvieran ningún plan agrícola, ganadero o industrial, abrió su arca y le dio al PRC unas onzas de oro para salvar la situación y parar la sangría poblacional que sufría la tierruca. Los mandamases tomaron el oro sin temor ninguno porque el Arquetu no se mostró tal como lo pintaba Gustavo Cotera, sino que vino en forma de polígono eólico en nuestras montañas, de masificación turística en nuestros valles y de chalecito de fin de semana en nuestras vegas fértiles.
Durante unos años, los números parecía que volvían a cuadrar, los jóvenes ya tenían un empleo precario que al menos los mantenía durante tres meses ocupados, los ganaderos continuaban trabajando a pérdidas, pero la demagogia institucional conseguía entretenerlos una temporada con el lobo, los ayuntamientos ingresaban cuatro duros con las licencias de nuevas construcciones y la industria continuaba muriendo pero su agonía ya no era noticia.
Pasado el tiempo, los turistas que buscaban en nuestra tierra paz y naturaleza dejaron de venir al no hallar aquí nada de lo que antes los atraía, los agricultores tiraron la toalla al no poder pagar el precio de la tierra antes fértil y ahora urbana, los jóvenes marcharon al no poder pagar los alquileres de los pisos turísticos… y los cántabros que nos quedamos, condenados a la miseria eterna, aprendimos para siempre que al Arquetu no se le engaña.