Vivo el maldito scrolling como un auténtico pecado: sé que no me aporta nada, pero siempre caigo en la trampa de seguir bajando en Instagram. Más fotos idílicas, cuerpos y caras con mil filtros y reels fantásticos de gente haciendo nada en sitios estupendos. Tanto bombardeo de cosas perfectas me marea porque no es mi realidad, pero las redes sociales nos lo venden como si fuese el mundo así y nos sentimos mal por no tener esa misma suerte, por ser losers.
Mi mundo es el del alquiler caro de Santander que me cuesta pagar porque trabajar y estudiar a la vez es lanzarte a la precariedad. Eso rara vez aparece en las stories de Instagram. Y este mundo de la precariedad no es solo el mío, es el de mucha gente joven a la que pensar en terminar la carrera y lanzarse al vacío le da ansiedad, como también se lo da el futuro climático, como también se lo da la falta de autoestima porque tu jefe te machaca mientras eres becario, como también me rompe leer que el suicidio es la primera causa de muerte en jóvenes. Pero la realidad no es vendible por las redes y estas, mostrándonos ideales no alcanzables, también dañan nuestra estabilidad psicológica.
No voy a echar la culpa a las redes, estas solamente son una parte más de un sistema que nos arrastra a tener una salud mental igual de precaria que nuestras carteras. Aunque me alegra ver que, cada vez más, la gente no esconde que va al psicólogo. La salud mental ya no es algo que ocultar o que negar, como sí lo es en la generación de nuestros padres y madres para los que ir al psicólogo es sinónimo de “estar loco”. Pero que hablar de esto ya no sea un tabú no significa que todas podamos permitírnoslo. Hoy poder cuidar tu bienestar psicológico depende en buena medida del dinero que tienes en la cuenta del banco. Porque no es casualidad que, según el Plan de Salud Mental de Cantabria, el 84% de personas con problemas de salud mental estén en situación de desempleo. Y, por cierto, amiga, según ese mismo informe las mujeres tienen peor calidad de bienestar mental por diferentes causas (violencia o maltrato por parte de parejas entre ellas). Por su parte, los hombres que padecen problemas suelen tomar decisiones más drásticas que las mujeres, como el suicidio.
Tenemos una gran sanidad pública que muchos están deseando degradar y cargarse, pero que sea una de las mejores del mundo no significa que no debamos criticar los asuntos que debe mejorar, porque con esta critica la cuidamos y mejoramos entre todos; y porque también queremos que nos atienda un psicólogo de la pública (que no te dé cita cada tres meses).
Cuando voy mirando los reels no aparece este tema, pero sí aparece en las conversaciones del día a día que tengo con mis amigos, con mis compañeras de clase o en el curro: “debería ir al psicólogo”. Nadie dice “debería ir al traumatólogo”. Y si se habla con esa forma verbal significa, en realidad, algo así como “sé que tengo que cuidarme, pero no me lo puedo permitir”. Por esto mismo los estudiantes hicimos una huelga por la salud mental el 27 de octubre. Queremos que en el debate sobre la salud pública, del que todo el mundo habla, se nos escuche. Nuestro bienestar no puede depender de nuestro bolsillo, y no podemos hablar de una salud pública de calidad si esta rama tan importante del bienestar ciudadano no es ni siquiera contemplada.
Y un último alegato en favor de la salud de todas: que no nos engañen, la salud mental ya sabemos que depende en muchos casos de factores sociales, luchar por nuestro bienestar también es tener unos sueldos dignos y poder vivir tranquilamente, y dejar de creernos losers sin vidas perfectas en las redes. No queremos la perfección de Instagram, queremos la dignidad en el día a día. Pero esa ya es otra historia.