Empieza el tardíu y, con el fin de verano, terminan también los festivales de música, festivales que, por cierto, no han estado exentos de polémicas dada la nefasta gestión de administraciones y empresas. Aunque poco podemos esperar de ellas, cuando conocemos que, detrás de la mayoría de esos nombres que lideran los carteles existe uno solo: Mouro Producciones.
El monopolio de eventos musicales en Cantabria es especialista en vender la cultura a precio de comida basura. Los festivales fast food ofrecen servicios pésimos y condiciones laborales no mucho mejores, por salarios vergonzosos. No es de extrañar entonces que, por cada evento, se acumulen multitud de quejas que abarcan todo en general: desde la compra de entradas hasta la calidad de los espectáculos, pasando especialmente por la ausencia de una asistencia sanitaria y una seguridad eficaz (precisamente en un verano marcado por las amenazas de sumisión química a mujeres) y de un servicio de transporte y de limpieza que evite que nuestras costas y praos se conviertan en vertederos de vasos de plástico, botellas y colillas, como venimos denunciando en semanas anteriores desde Cantabristas.
Y todo esto para que el resultado no sea más que una retahíla de bolos asépticos que se repiten como una gira interminable y que masifican y explotan el concepto y la esencia de un concierto: los mismos artistas cada año recorren todas las ciudades del Estado cantando las mismas canciones como el día de la marmota. Artistas, por cierto, rara vez locales y siempre mainstream, obviando la magnífica oportunidad que supone tener un escenario para dar a conocer e impulsar grupos y bandas cántabras. A esto le acompaña, además, un público cansado de pagar entradas y bebidas carísimas a cambio de una negligencia evidente en los servicios.
Mientras todo esto ocurre tenemos que tolerar que las administraciones se laven las manos. Administraciones que venden los eventos a las grandes empresas sin hacerse cargo de sus costes y aprovechándose de sus beneficios. Administraciones que priorizan lo insostenible y lo inmediato de estos festivales fast food y que son culpables de la desaparición de festivales de buena calidad, como el Rebujas Rock, autogestionado por los vecinos y vecinas de San Mateo a quien aprovechamos para agradecer su incansable esfuerzo por dignificar y dotar de valores a los festivales de música en Cantabria.
Es urgente un cambio de modelo y la apuesta por la cercanía, también en lo musical, que beneficie realmente el tejido cultural en Cantabria. En mano de las administraciones está el utilizar sus herramientas para revertir esta tendencia que hace aguas por todas partes y que conduce a una situación más extrema cada vez.