En 1770 el cántabro Felipe González Ahedo, buscando asentamientos de tropas extranjeras en las costas de Chile, tropezaba con una isla a la que sus habitantes adornaban con grandes estatuas con forma de cabezas humanas. Comprobado que en la isla solo había nativos, González de Ahedo la cartografió y colocó en ella las primeras cruces cristianas y la bandera española. El santoñés bautizó a la isla como “Isla de San Carlos”, nombre que no tuvo mucho éxito, ya que unos años antes un marino holandés la había nombrado como Isla de Pascua y sus primeros moradores la habían llamado Rapa Nui. De los nombres que el cartógrafo plasmó en sus mapas, el único que pervive es punta Rosalía, pero más allá de eso sus mapas repletos de Moais pasaron a la historia y fueron de gran utilidad a exploradores como el británico capitán Cook o el francés La Pérouse.
La isla de San Carlos siempre fue un enigma para los europeos que, desde sus primeros encuentros hasta la actualidad, han teorizado sobre el fatídico destino de sus habitantes. Ya en 1774 , Cook describía a sus moradores como “unos hombres que mal se alimentaban de ratas, peces y pájaros”.
Cómo una isla tropical repleta de palmeras se convirtió en un erial es un misterio al que los investigadores dan distintas respuestas que generalmente tienen un denominador común: el ser humano y su relación con el medio ambiente.
Tal vez los habitantes de la Isla de Pascua fueran los primeros en descubrir que la teoría capitalista del crecimiento contínuo fracasa cuando se pretende conseguir un progreso infinito con unos recursos finitos. El milagro de los panes y los peces solo está al alcance de los dioses y los Rapanuis, simples mortales, aprendieron por las bravas que una mala gestión del territorio termina con una dieta a base de ratas.
Tal vez la explicación del declive de esta civilización se encuentre en el cambio en las condiciones climáticas de la isla, los pascuenses acostumbrados a predecir sus cosechas en sus condiciones estándar no fueron capaces de adaptar sus cultivos a las nuevas condiciones y en una isla perdida, si no hay cosecha llega el hambre y el colapso de una cultura.
Seguramente la realidad del declive de Rapa Nui sea una mezcla de todas las teorías, por un lado una mala gestión de los recursos y por otro factores externos que al juntarse crean una gran bola que avanza por la ladera del volcán llevándose por delante todos los moais que pilla a su paso.
Sea cual sea la verdad exacta, los rapanuis nos dejan dos grandes lecciones, la primera que un pueblo unido, sin grandes medios pero con un objetivo común, es capaz de crear grandes estatuas y trasladarlas decenas de kilómetros convirtiendo su imagen en un icono reconocible en todo el planeta. La segunda, que los recursos que nos proporciona el territorio son la base de toda economía y su correcta gestión es la garantía del sustento de las generaciones venideras, pensar en el hoy y no en el mañana es garantía de fracaso por mucho que ahora nos cuadre la cuenta de resultados.
Si hoy el fantasma de Cook arribara en las costas cántabras no anotaría en su cuaderno de bitácora que los cántabros somos hombres que comemos pájaros y ratas, pero sí escribiría que llenamos de hormigón nuestras pocas vegas fértiles, que quemamos nuestros montes cuando sopla el sur y que hacemos grandes aparcamientos junto a nuestros recursos naturales más preciados. Si alma errante de Felipe González Ahedo regresara a su tierra natal, sería incapaz de reconocerla , lo mismo que los primeros rapanuis serían incapaces de reconocer lo que queda de su paraíso. El cartógrafo que dibujó una San Carlos con moais dibujaría una Cantabria con aerogeneradores en las montañas y urbanizaciones en la costa, aquel ilustre montañés, seguro que auguraría un destino para el pueblo que le vio nacer similar el del pueblo que colonizó.
Los rapanuis de hace 1000 años temían al volcán y temían a sus dioses, pero seguramente no temían quedarse sin recursos en una isla tropical repleta de palmeras. Los cántabros, habitantes de una Cantabria infinita, tememos al fin de mes y tememos a Putin, pero permanecemos impasibles mientras se destroza nuestro entorno más cercano. ¡Reaccionemos! Exijamos al PRC que ejecuta y al PSOE que tolera que paren ya su crecimiento basado en el agotamiento de nuestros recursos. Paremos ya esta deriva porque Cantabria, como la Isla de San Carlos, será infinita solo si sus habitantes protegen su territorio.